lunes, 6 de agosto de 2012


DATOS Y COMENTARIOS ACERCA DE JOSEPH VECHTAS



Joseph Vechtas nació en París (15/4/1934). Se recibió de profesor de filosofía en el. IPA y concursó en el mismo, por las cátedras de Ética y Estétíca. En la Facultad de Humanidades, aprobó-con excelencia-, Epistemología, y cursó Lógica-interrumpida por la dictadura-. Durante algunos años, dio clases de literatura en el Colegio Sagrado Corazón. Al completar Primaria, estudió dibujo con Manuel Rosé, en la Escuela Nacional de Artes plásticas y-presentado por José Gurvich-, continuó en el Taller Torres-García. Orientado por el Maestro, comenzó dibujo con Augusto Torres, luego, durante varios años, dibujo y pintura con Uruguay Alpuy. Finalmente, egresó del Taller de Anhelo Hernandez, de la Escuela Nacional de Bellas Artes. Expuso, entre otros salones, en la Biblioteca Nacional, en el museo Blanes y en el de Artes Visuales, del parque Rodó. Publicó cuentos y poemas en la revista de la Universidad de Moorhead (EEUU); también poemas y artículos, en Brecha y Jaque; ensayos y artículos en La Semana de El Día y en Cuadernos de Marcha, Relaciones, La Pupila, así como en la revista de la Academia Nacional de letras. Asimismo, dos poemarios, editados por la Banda Oriental, con prólogos del profesor Jorge Albistur, y una novela (El exilio de Dios), por la misma editorial, con prólogo de la catedrática, profesora Silvia Lago. Otros libros de poemas fueron prologados por los profesores Lauro Marauda y el académico Ricardo Pallares. Participó en el Congreso de Ética (sobre Ethik in Deutschland und Lateinamerika heute), auspiciado por la Europäiche Hochschulschriften), en la Universidad de Buenos Aires, con una ponencia que publicó la editorial Peter Lang (en Frankfurt am Main). En el año 2011, el Ministerio de cultura, con el auspicio de la Embajada española, editó Figari, estética, arte, pintura.



INTRUSO EN EL JARDÍN DE LA MEMORIA



Primeros puentes



Sobre la mesa de trabajo hay cuatro ejemplares de una interesante publicación uruguaya, titulada Garcín/Libro de cultura. Conservo esos números(del 2 al 5, años 1981/82), y casi la certeza de que fue a través de estas páginas donde aparecieron por primera vez, poemas míos en el suelo natal. La certeza es completa cuando reconozco que fue allí donde conocí el nombre de Joseph Vechtas. En las cuatro ediciones aparecen otras tantas partes de un excelente enfoque suyo sobre la figura de Torres García. Este ensayo y las coordenadas generales donde transitó el proyecto García, toda una cruzada en pro de la cultura uruguaya y sus canales internos y externos, cobran una luz especial al comprobar-casi dos décadas de distancia-, la buena salud de aquella serie dirigida por José María Nerone. Esos puentes trajeron también perdurables y generosas amistades a mi vida, poetas y profesores como Álvaro Miranda, Juan María Fortunato y el propio Vechtas. Todos auténticos “corredores de fondo” en el ejercicio de las letras, personalidades que han venido desarrollando su labor al margen de modas, capillas, pirotecnias. Cultivadores de la palabra nacida de una verdadera motivación personal (la escritura como expresión de algo sustancial, improrrogable en el silencio), con detonantes y planteamientos estéticos distintos en cada caso. ¿Cómo comunicar estas obras en un rincón tan aislado como el Uruguay de 1980 (sin recursos editoriales ni económicos, sin libertades, y sin ese actual mecenas llamado Internet), sabiendo de antemano que estarían relegadas al más minoritario anaquel social) Más allá de la estrategia del autor para la circulación de su trabajo, es innegable la profunda vocación que sustentó la génesis del mismo. Y es en la vocación del artista (según me dijera Nelson Marra en Barcelona y en aquellos años), donde al final se comprueba lo más valioso de su esfuerzo. Los cimientos iniciales de los puentes con que Vechtas se edificaron, pues, sobre las oscuras aguas del Río de la Plata de los primeros ochenta. En su último poemario [El presente incesante] hay un texto titulado “Puentes”, que extiende hasta hoy, una parte de aquella química histórica, la cual no deja de ser un pasaporte hacia cualquier época humana:”Un puente es un hombre/ yendo hacia otros hombres. / Cadena de palabras/ con las hebras del aire. / Un hombre es un puente/ tendido entre dos nadas, / cual huidizos versos/ que duran un instante/ y penden de la voz/ y del olvido”



Itinerario



Las raíces familiares de Joseph Vechtas provienen del este europeo, aunque él nace en París, en 1934. Establecido tempranamente en Uruguay, con una significativa incidencia de la posguerra que, intuyo, serviría de acicate para sus estudios filosóficos, la personalidad y bagaje cultural de nuestro autor, responden a las del típico montevideano formado a caballo de las décadas cincuenta y sesenta, aunque con una propulsión extra, derivada de su inquieta naturaleza individual, una pasión vital y una curiosidad multidisciplinar nada frecuentes en su sociedad adoptiva. Vechtas ejerció durante años el profesorado de Filosofía, con incursiones paralelas en el ensayo, la narrativa y la poesía. Además de sus colaboraciones con Garcín, ha publicado artículos y poemas en Jaque, La Semana[de El Día], Asamblea, Brecha y otras revistas y periódicos. La obra poética editada, comprende los siguientes títulos: Hombre libre y la Ciudad del Exilio (Banda Oriental, Montevideo, 1984) y El presente incesante (Montevideo, 1998)[1]

Su dedicación a la plástica se remonta prácticamente a la niñez. Discípulo muy joven de Torres García, son ilustrativas las semblanzas que del maestro y su entorno realizara Vechtas al comienzo del citado enfoque en García (Año I, Nº 2. pág. 91. Montevideo, setiembre 1981). Pienso que en estos apuntes el autor no sólo sintetiza un fiel retrato del venerable creador y docente, también nos presenta su propia experiencia de lo pictórico, la cual tiene claras resonancias en su vertiente poética.

“…quiero comenzar por mi vinculación existencial con el maestro. Cuando falleció, estaba alejado del Taller, por diversas razones. (…). Con los años advertí cuán profunda, sin embargo, ha sido para mí, esa relación.  No se aceptaban más alumnos. Llevé mi cuadrito, me aceptó. Tal vez Gurvich hizo lo suyo…no lo sé. Era mi primer contacto. Asistí a algunas conferencias. Respiré ese ambiente espiritual: lo veneraban. Augusto Torres me dio una, dos clases, en Abayubá. Los demás eran grandes y artistas; yo, pequeño, callado, introvertido. Aquello, un templo donde pintar era orar. Luego, Alpuy; un año, tal vez dos. El espíritu del arte me entraba con el olor del óleo. Dibujé hasta aburrirme. Pité un cuadro, alguno más. Lo asocio al azul y a la música: la Sinfonía infantil de Haydn y la alegría luminosa de la experiencia plástica. Un enorme domingo vital. Frecuentaba el taller de Gurvich: una pieza oscura, telas a escondidas debajo de la cama; caballete asomado a la poca luz que la madre le barría a la puerta-ella lo adoraba-; le salían cosas de una gran poesía. (…) Un día el maestro tuvo unas pocas, generosas palabras para un bodegón que yo pintara: “Eso es, eso es”. Nada más. Lo que él quería. Fue una gentileza suya. Yo no abrí la boca. Los grandes me rodearon con su simpatía.(…)Cuando recibí la espantosa noticia, apenas había cumplido quince años y ya hacía un buen tiempo que abandonara aquello. Mi última imagen se liga a unas palabras, breves, significativas: las dijo al reconocerme en la Exposición. Me previno. Mas yo era demasiado joven, demasiado. Y me alejé, definitivamente. Pero no me corre decirlo: mi homenaje fue llorar violentamente su muerte que, pese a los años, no esperaba, me resistía a aceptar. No fueron sólo las plúmbeas clases de dibujo, la demora en hacerme tomar los colores, sino motivos más profundos: escozor al espíritu de escuela, a las versiones aburridas de sus búsquedas,





al verticalismo-así lo sentía-, a la ausencia de sentido crítico, a las chicas snob que invadieron la cueva de Rondeau, ajenas a la mística del arte, ese oficio…Releyendo lasa obras del maestro, comprendo muchas cosas; lo rechacé visceralmente, sin iniciación teórica y lo que todavía acepto, más, respeto, en ese hombre a quien debo la imagen del maestro, de la seriedad artística, de la religión por lo bello-eso tan temible, como sabía Homero-. Aprendí a percibir el tono, a valorar un empaste, a sentir la morbidez de la pasta, el frotar de las cerdas, a captar la unidad de un todo, a sentir la solidez de una estructura, a apreciar el plano, a advertir la inteligencia constructora, la sensibilidad de la materia, la música de un ritmo, la música de un ritmo. Y me ha ayudado a comprender que ciertas afirmaciones puramente teóricas, inválidas tal vez desde el miraje estético, o contradictorias simplemente, se resuelven en la experiencia plástica, se retraducen en un código pictórico. En el decir, se adivina un hacer. Y a la  larga, en Torres, es lo que prima: curó los ojos, articuló las manos, enseñó pintura”.

Los estudios de Vechtas en el Taller Torres García, se realizaron desde 1946 a 1949. Entre 1947 y 1948m también estudió en el Taller de Uruguay Alpuy, recibiendo, paralelamente, orientación artística de José Gurvich. Egresó de la Escuela Nacional de Bellas Artes (Taller de Anhelo Hernández), en 1994. El propio Hernández, al final de su presentación en el impreso de la más reciente exposición de Vechtas (Asociación Cristiana de Jóvenes. Montevideo, abril-mayo.2000), describe, atinadamente, algunas de las características del que fuera su alumno: “(…) Joseph Vechtas aborda las apariencias cotidianas, la calle, la casa, la ventana, los árboles, las huertas, para transformarlas, por una suerte de decantación, de maduración, en los testimonios de un orden. Para ello, somete todo lo que es experiencia visual, así a lo hermoso como a lo que no nos lo parece, a una clase de cristalización de la que surge una verdad, la suya. No símil sino versión, no ocurrencia sino parte descamada de sí mismo”.  Joseph Vechtas comenzó a exponer en 1954 (individual; Grupo Erato. Mdeo). Dentro de la capital uruguaya alternó muestras individuales y colectivas, obteniendo el Primer Premio en el IV salón de artes plásticasa de la Asociación de Estudiantes (1060) y el Segundo Premio en el Primer Salón de Independientes de la Alianza Francesa (1975).



Las ideas y la vida



Los libros de Joseph Vechtas, dan fe de un compromiso serio y humanísimo con el hombre y su especie. Poeta de aliento machadiano y emparentado en cierta medida con el halo entrañable, despojado y suburbial, del uruguayo Líber Falco, la poética de Vechtas, se juega desde el comienzo, a cuidar el tono, la honesta vibración de cada pieza. Busca y consigue, una verosimilitud sustentada en versos que se proyectan con claridad y fluidez expresivas, más afiliados a la sentencia, la reflexión personal, histórico o filosófica (en buena parte metafísica), que a la experimentación lingüística, la caza de la originalidad o el afán de encerrarse en el misterio, recursos completamente lícitos, pero que en tantas ocasiones distraen a los autores, de un planteamiento formal, tan antiguo como imperecedero: escribir  sobre lo que se siente, lo que se considera esencial del momento en que se vive, lo inherente a la identidad individual o colectiva, todo aquello que afile las armas del pensamiento o encienda el farol compartido de la emoción. La temática de fondo no puede ser más clásica: el amor, la vida y la muerte. Releyendo la mayor parte de su obra, se advierte una voz apasionada, mucho más enamorada de la vida de lo que ella misma se empeña en cuestionar, mediante los versos más desolados. Vechtas, si bien ha perseguido durante toda su existencia, un conocimiento trascendente y redentor de las circunstancias humanas, no ignora la inútril batalla de las palabras para iluminar el mecanismo de fondo de los días y sus criaturas.

Por más que el hombre quiera/aprehender la realidad con las palabras,/ se desvanecen espectrales en el aire;/ la realidad, ajena/ al diálogo y al ruego, /ciudad de eternidades sucesivas”(La noche, de Cosmoagónicas). En su primer libro, Hombre libre y la ciudad del exilio, donde comparto la opinión de Jorge Albistur: “una de las más conmovedoras versiones de la angustia colectiva padecida en los años de la dictadura”, el poema final trasladaba al lector, a una perspectiva de superación, de dinámica positiva, de fe en un destino plural (incluso sobrehumano),que está en la base de toda la estructura vivencial de Vechtas. A través de sus siguientes volúmenes,  portadores de situaciones, imágenes y propuestas de carácter más intimista, el poeta se afianza en versos que sin dejar de ataviarse de la tónica popular prima una lúcida y, en algunos pasajes, casi coloquial comunicación con el lector), introducen un hálito espiritua, heredero tal vez de la religiosidad de fondo, que preconizaba su viejo maestro Torres García, quien afirmaba que el pintor “vive, pues, , místicamente, con espíritu religioso(…). Y si de alguna pintura puede decirse que está del lado de Dios mayormente, lo estará el Arte Constructivo”. Vechtas postularía años después, en la primera estrofa de su poema Como la eternidad, a veces (El presente incesante): “Hay que mirarse a veces/ como la eternidad nos mira, / ver a nuestros pies el agua/ que corre, de la vida, / como debe mirar Dios desde su torre”. Ricardo Pallares, en el prólogo a este último libro, añade: “De allí, también, nacerían la sensualidad de esta poesía, la suavidad irónica de ciertas nostalgias, la derivación filosófica, el ropaje para los recuerdos, la multiplicación de imágenes relativas al orden de la naturaleza  primordial, la manifestación intensa del deseo, la celebración de la vida que se posee, la recurrente confesión de cosas que se sufren”.



Intruso en el jardín de la memoria



Cuando regresé a Montevideo en 1986, luego de más de siete años de ausencia, tuve ocasión de conocer personalmente a Joseph Vechtas y su familia. Nuestros reencuentros se sucedieron en viajes posteriores y siempre (desde antes de aquél año), hemos mantenido un diálogo epistolar tan cálido como enriquecedor para quien escribe estas líneas. Nombro las cartas, porque, precisamente, a través de ellas, he calibrado a partes iguales, dos constantes en la vida de esta amigo. Una: su tenacidad creativa e intelectual, la aplicación permanente en lecturas y trabajos. Otra: el enorme esfuerzo de una empresa individual, tan decente y válida como marginada por una sociedad que no atiende a aquellos aportes sin sintonía ni inquilinato con la historia o las vanguardias reducidas a ombligos oficiales. Uruguay, empatando escasa población y despilfarro humano, sigue permitiéndose, con tanta insolencia como torpeza, que personas de la dignidad artística y la altura docente de Joseph Vechtas, sean algo parecido a un alienígena, no por su naturaleza, sino porque el propio ámbito decidió olvidarse de los rasgos de sus habitantes más despiertos. El poeta, en unos versos aparecidos en Asamblea (Montevideo. 30.10. 1985), pedía a la muerte: “Llévame en un sueño como entré en la vida, / intruso en el jardín de la memoria”. Yo preferiría que sea el mismo pueblo, al que Vechtas se entregó con cuerpo y alma, quien le recuerde en el jardín del presente incesante, quien visite su múltiple obra, sus análisis del panorama estético, filosófico y social, el diálogo personal que el veterano profesor, todavía (y que sea por muchos años), ofrece y ofrecerá, generoso a cuanto interlocutor se acerque con noble intención. En el vértice de la calle Obligado con Libertad, barrio donde vive, o en cualquier calle de la inefable Montevideo, cuentan ustedes con un pintor que les anotará la existencia, con luces/palabras reconocibles, porque cada tela y cada página, tienen la temperatura y el temblor de las palabras que recobran su memoria, la memoria de todos, nunca de nadie.

Héctor Rosales.

Barcelona, Julio de 2000



Joseph Vechtas: amor y dolor en la encerrona del presente

Ricardo Pallares[2]



(Prólogo a El presente incesante)



Si tomamos como indicador arbitrario al año de nacimiento del autor (1934), pertenecería al complejo conjunto de los poetas uruguayos de los ´60. En el conjunto tiene una presencia muy débil, menos en los círculos literarios, y está casi ausente en la crítica. (Apenas unos “Prólogos” y alguna reseña en efímera revista literaria) El hecho en sí no es nada llamativo. Menos cuando su comienzo fue “tardío”, pues su primer libro, Hombre libre y la ciudad del exilio, es de 1985; Cosmoagónicas es de 1992, y El presente incesante, de 1998. Sólo tres libros y algunos ensayos, no tendrían por qué haber generado otros ecos en un medio que somete a la poesía a una especie de aislamiento, que no le ofrece mercado ni espacio retroalimentador en los medios de comunicación social. En este sentido viene a cuenta lo afirmado por Mario Benedetti en noviembre de 1999, durante su discurso con motivo de la recepción del Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, en su VIII convocatoria: “La marginalidad a que se somete le otorga una libertad incanjeable. La poesía no acepta esa exclusión y se introduce, con permiso o sin él, en la trama social. Quizá no sepa pormenorizar los odios descomunales, como hace inmejorablemente la novela, pero en cambio, construye con pericia los arabescos y las filigranas del amor”. (En Poesía, alma del mundo. Ed. Visor. 1999)  Justamente, Vechtas compone un libro en el que hay ejemplo de ese tipo de introducción y de filigrana. Cuáles son sus lazos de “pertenencia”, es asunto que nos llevaría lejos. Al menos, vale anotar que las disimilitudes propias de lo artístico impactan fuertemente en Heber Benítez, al tiempo de reflexionar sobre el marco general del tema. “Creo necesario insistir en la siguiente observación. Buena parte de los poetas uruguayos de los ´60, no sólo aquellos de los que este trabajo se ocupa, sino el conjunto que se deja nombrar así, carece de un denominador común, ha sido utilizada por Ángel Rama, para crear cohesión cultural entre los actores de la escena literaria. La misma puede resultar peligrosa a la hora de conferir identificaciones puntuales” (En la compilación: Poetas uruguayos de los ’60. Vol. I. Ed. Rosgal. Montevideo, 1997)

Es seguro que A. Rama usó la palabra con otro propósito y que en el pasaje transcriptose nombra “conjunto” a lo que se caracteriza-y luego se describe-, como disjunto. Es que incluso las expresiones promoción o generación, en sentido amplio, tratan de categorías instrumentales (construcciones de metalengua literaria o simples facilitadotes de abstracciones), a los solos efectos de poder nombrar comprensivamente algunos elementos de procesos que tienen muchos centros y muchas dimensiones. Como tales son temporalizados y perimidos o estallados o-algunas veces-, confirmado por las “lecturas”, pero siempre son resignificados por la historia de las propias literaturas.

Hechas estas apreciaciones, nos acercamos al último libro de JV, con el propósito de algunas consideraciones críticas y comentarios. El presente incesante se inicia con dos poesías que, a manera de portada, plantean el dolor por la suerte del poeta en el mundo. No por reiterada, es cuestión menos conmovedora. Suele aportar rasgos de autobiografía espiritual que, en este caso, además, se desarrolla en líneas esenciales a través de todo el volumen. Se trata de un libro extenso (122 págs), organizado en seis partes o secciones que aportan contenidos con un horizonte complejo y matizado. El presente “incesante” del título, es justamente, uno de los temas esenciales que recorre las primeras secciones y que registra numerosas recurrencias a través de modulaciones y variantes, al punto que algunas composiciones parecen sucedáneos de otras anteriores más logradas. El presente como incesante manifestación-si no como concreción de lo eterno que puede percibir el hombre-, está acarreado por los títulos de las cuatro primeras partes y, aunque los correspondientes a las otras dos, carezcan de esa denotación, comparece en la semántica de apreciable cantidad de sus textos.

Desde el punto de vista de la organización de los contenidos, de las frecuencias rítmicas de sus afloramientos y sus imágenes más reiteradas, puede decirse que es el tema que, conjuntamente con la alternancia de textos breves y otros de mayor aliento, estructura al libro a manera de un adagio. Una descripción inicial de las seis partes o secciones, podría registrar-a modo de ejemplo y de presentación-, las siguientes consideraciones:



1.-La primera de ellas, “Palabra y poesía”, plantea la lectura como observación de la palabra y a ella como mediadora en la relación y diálogo del ser con el mundo y viceversa. En el texto “Oído en tierra”- especie de arte poética-, se moviliza la idea de la intuición y la experiencia como fuentes de conocimiento, de poesía y de percepción de la vida. Se dice que el poeta aprende (debe aprender) a:



sentir la corriente de la vida

anunciando las palabras.



Para Joseph Vechtas la poesía es una categoría de la existencia cuando aprehende al mundo y al tiempo. La aprehensión no tiene por qué dar cumplida cuenta de ellos, alcanza con alguno de los modos de sentir y testimoniar. Es así que a través de sus significados, la poesía, en tanto pragmática significante, resulta ser integradora, abarcadora, unitiva, a través de la simbolización del verso, conforme a la ética del bien y la verdad. Dice: “Las palabras son las cosas en el alma”, y más adelante, “Las cosas no han nacido/de la palabra humana”.  Significa que la poesía, según la ética de la palabra, articula con lo desconocido y con la plenitud:



El mundo es un árbol de palabras,

un río de imágenes en fuga

atrapado en el espejo de un poema.



De alguna manera la poesía es también una fuente de conocimiento porque actúa como la conciencia respecto del mundo, como reveladora, a la manera de un espejo o de una superficie que hace patentes los objetos de que se ocupa.

2.-“La memoria, espacio del tiempo”, es la segunda sección donde habla del recuerdo y del espacio por abarcar, que es todo aquello que no cabe en el yo, la recuperación de los sueños, y el tiempo transpersonal. Es en esta sección donde aparece claramente, la percepción de la eternidad como instante-absoluto con mucho de presente, de momento erguido-. Es en esta sección donde también aparece la lírica de la conciencia del tiempo y de la movilidad excéntrica del yo que, conjuntamente con los aspectos relativos al bien y la verdad, recuerdan a la poesía de Líber Falco. De ella y de cierta zona de la de Ernesto Cardenal, tendría ese impulso de ternura y de bondad, que alienta en su enunciación. El sujeto está asaltado por la diversidad del sueño, por la impenetrabilidad de lo real y de lo trascendente, captado apenas como vislumbre, está estremecido por indicios y sobresaltos metafísicos. Según lo dicho es comprensible entonces, que el poeta cante sus vicisitudes en la vida y en el mundo de las ideas. Pero además, ¿ en qué se sostiene el mundo “real”, en qué, si lo siente como “la carne de la luz”?

El correlato parece ser un hombre “que busca sus rostros sin hallarlos”, por lo cual su escritura nace de las inflexiones aludidas. De algún modo, pues, estamos señalando las fuentes personales de la poesía de JV, ya que en libros anteriores se presenta con clara determinación, aunque los intereses líricos de los respectivos momentos, puedan ser objetivamente otros. Las nacientes estarían en ese lugar espiritual donde, además, la pausa del instante-el presente incesante-, revela lo eterno grandioso, y la humana precariedad. De allí también, nacerían la sensualidad de esta poesía, la suavidad irónica de ciertas nostalgias, la derivación filosófica, el ropaje para los recuerdos, la multiplicación de imágenes relativas al orden de la naturaleza primordial, la manifestación intensa del deseo, la celebración de la vida que se posee, la recurrente confesión de cosas que se sufren.

Un haz de asuntos, rasgos y atributos, tan rico como el enumerado precedentemente, organizado alrededor de un mismo centro espiritual, alcanzaría para mostrar el por qué de la individualidad de una voz. (En relación a estos aspectos, cabe recordar que JV es autor, además, de ensayos filosóficos vinculados al pensamiento y a sus intereses como profesor de Filosofía, lo que induce a pensar en una peculiaridad del intertexto. También importa saber que es pintor con fuerte vocación).

3.-La tercera sección o “Los sentidos son goces en el alma”, contiene un desarrollo lírico de lo que llamaríamos la sed y el goce de los sentidos, en relación a lo circundante, según el orden de la luz y de lo real-corporal de los seres. Podemos encontrar en esta tercera sección, casi el pormenor de un carpe diem personal, consumado-consumido. Infiltrado, por lo tanto, de nostalgia y ausencias. Aquí los textos y sus movimientos confesionales nos sitúan entre la oda y la elegía. El canto del goce sensual acarrea el asalto del tiempo, la temporalización de lo que se goza. Porque es notorio que también la conciencia y el recuerdo aportan tiempo. Siendo así, de su proceso no se sustrae ni siquiera la colorida vida cotidiana. En este tramo las imágenes relativas a lo “natural”, son la tropía fundamental del discurso y el sostén de la enunciación. Asimismo, son connotadotes del deseo, ya que el poeta está instalado en el devenir, con lucidez, con dolor sereno, aunque no puede escribir una poesía “sin texto de la sombra”. No hay pulpa frutal que no concluya en una miseriuca. Otro tanto decimos del erotismo y de su intensa irrupción, ya que se dan en el devenir, e temporalizan e infiltran de desconocimiento e incertidumbre. Estamos pues, en presencia de una materia tópica que se sustancia con rasgos ya presentes en la obra anterior de JV: un lenguaje claro, a veces en tono menor, con una metáfora de claros engarces discursivos, con un fraseo de sintaxis sosegada, con escasas configuraciones intertextuales explícitas y ligeras paráfrasis. El verso, que no trabaja significantes gráficos, del tipo del caligrama y que comúnmente es libre o blanco, propende en algunos casos, a los metros más consolidados en la poesía de la lengua y apela a sonoridades de una rima variada, sin plan fijo ni formal.  Jorge Albistur en su Prólogo a Cosmoagónicas, anotó:Hombre libre y la ciudad del exilio” [el primer opus, de 1985], fue una de las más conmovedoras versiones de la angustia colectiva, padecida en los años de la dictadura. El nuevo libro de Vechtas, en cambio, es más resueltamente personal e íntimo, como corresponde a un maduro enfrentamiento del hombre consigo mismo”. El lector de este libro seguramente corroborará que aquél enfrentamiento, es ahora, una asunción-incluidos los fantasmas y el imaginario personal-, que se acompaña de una identidad hallada. Cosmoagónicas-de 1992-, posee más ataduras a las formas recibidas en cuanto al verso y a la estrofa, pero es estimable antecedente de este libro que comentamos. Veamos, por ejemplo, la imagen final de la composición 13: “Y aunque fuese locura/ sólo quien amó tiene memoria”.  Si el quicio de la memoria renovadoramente fundante del ser, tiene su sentido en la alteridad, en el conocimiento de otro y en el querer a otro, es porque el yo trascendió sus fronteras. Entonces el yo puede pensarse y sentirse tanto como al mundo en el que está y al tiempo en el que se percibe.

4.-En la sección “Espejos”, los nombrados y la mirada como variante temática, introducen claves metafísicas y calidoscópicas vinculadas a la simbología de los primeros. El espejo se vincula con la conciencia, ya que en ella se refleja el universo tal como puede apreciarse claramente en esta poesía:

Mis ojos son espejos de la noche. / Como un secreto, / la luna asoma/-inmensa y clara-por la ventana abierta/ al corazón oscuro. /El silencio está echado sobre el mundo/ y eternamente, espera. /Miro hacia la noche que llega/ y pienso:/ las estrellas son opacas sin mis ojos/ y el espacio infinito/ no es el cielo”.

El espejo como imagen y en razón de su naturaleza simbólica, dará lugar en esta sección, a ambivalencias, a desarrollos y aspectos borgeanos, narcisistas y especulativos. Por de pronto, aquí la correlación noche-ceguera, asoma identificada con lo absoluto. Es lo que nombra, por ejemplo, en el primer texto de esta sección, como

“La ceguedad de lo absoluto”, o lo que en la citada poesía 9, es la imagen “Mis ojos son espejos de la noche”. La mirada también aparece como puente en tanto que metáfora de la angustia: “¿quién se mirará en mis ojos/ para entregarle la mirada en la partida?”. La mirada supone igualmente, un mirarse reflexivo, que conduce a la auto apreciación, a la espera, al silencio, a la evidencia-inminencia de la muerte. Ello genera la necesidad de “Agarrarse a las vallas del tiempo/ como la mariposa al vuelo”

El tratamiento lírico de este asunto y el tipo de imágenes empleadas, se vinculan al relativismo como rasgo del arte contemporáneo, reforzado por las perspectivas y sus juegos de imbricación, alternancia y sucesión. Con todo, no dejaría de ser rasgo de manierismo, según la detección de Graciela Mántaras, quien, en su estudio sobre la poesía uruguaya contemporánea, no incluye a JV en sus listados. (Contra el silencio. Tae, 1998). Dice la autora en la Introducción, que el “elemento-temático y formal-, que aparece las más de las veces en textos manieristas, pero no únicamente en ellos, es la ceguera o el ciego, como metáfora de la condición humana. Eclosiona en la poesía de los años´70; se relaciona ( y el modo como lo hace, queda por investigar), con los temas de la mirada, el mirar, el ver, el no ver, que son anteriores”. (Corresponde anotar que JV pertenece a la generación del ´60, por la cronología vital, aunque por las fechas de sus publicaciones, es un “reservista” que empieza a publicar en los ´80).



La función introspectiva de la mirada, dará lugar, por otra parte, al canto de lo entrañable. Del mismo modo que el espejo-desde su parentesco con el agua quieta-, da lugar a hondas confesiones. Tal el deseo de alcanzar con la mano, en la ventana de su luna, al amor “y aquel joven que fui/ que nunca dio conmigo”. Esta especie de falta de diálogo fundante o de formato preliminar de la identidad, no tendrá pocas consecuencias a nivel de las configuraciones semánticas, porque si bien la soledad no sobreabunda como objeto preciso del canto, ella trasciende de imágenes, de giros, analogías, de composiciones enteras, de la elocución misma-en fin-, que pocas veces estatuye a un tú con la fuerza incuestionable de una presencia capaz de marcar los significantes.

Como es sabido, el modo que tiene de configurarse quien enuncia y la competencia lírica en las formas y contenidos de sus enunciados, gestan un concepto de sujeto que es el que básicamente propone toda lectura. Pues bien, en el caso de este libro nos parece que se trata de un solo o dejado solo, de alguien que, en su sombra derivante, por la escritura, advierte una falta o-lo que peor-, que él mismo no está. Al menos, de la manera deseada. “Amor, no me dejó elegir, amor es ciego”,  dice en “Escrito en el espejo”.,  la última composición del libro. Casi como una consecuencia, tampoco podía faltar en esta sección, el tema del doble, que se configura con imágenes explícitas. Por ejemplo: “Hay otros en nosotros/ que aún no han nacido”  (En “Hay seres en nosotros”).A veces me descubro/ pasar por los espejos” (En “El libro mayor”),…”textos terribles que no escribo/ y alguien dice por mí/ con un lenguaje roto. / Pero no son míos, / son de ese otro/ que me da la espalda/ y a veces se vuelve/ y soy yo sin rostro” (En ”Sueño, viejo poeta, dime”) y “Yo me recuerdo el mismo y otro” (En :El ojo y el espejo”).

5.- “Disco mi corazón y te llamo”-la quinta se las secciones-, aporta una clave o cifra: la del diálogo y el amor. Las poesías que inauguran esta sección, alcanzan intenso erotismo, no obstante las ausencias. El amor aparece como una intensificación del instante, como un “presente” superlativo, ya que es (generalmente fue) verdadera realización, consumación. Fue como un hacer del fuego. El eros, en tanto que realización pasional, libra a los amantes a la inmanencia plena, autorreferida.

El erotismo en esta poesía de JV, se expande a todo el cuerpo y al orden natural hasta que desemboca en lo ardido. Para entonces, será casi sustancia de la elegía, sin que, a veces, falte la confesión del fracaso o la expresión del reproche. Por ejemplo, leemos: “Amiga, conservo tu grito de placer/ en mi cuerpo,/ tu voz abriendo sus alas a la noche, / la deliciosa tibieza de tus labios/ en los míos, / en la transparencia misteriosa del cuarto”. (En ´Éxtasis”), “Tu lengua se llueve de plata, / son un collar en mi cuello tus palabras” (En: “Hay una rosa II”).

6.-“Varia”,  la sexta sección, es un complemento y desarrollo de algunos motivos ya comentados. No falta el giro original, la recurrencia algo obsesiva, tampoco la matización ni el hallazgo. Así, la reflexión conduce a la interrogación sobre Dios; el deseo, a la expansión de su objeto; el tiempo, a la porfía de la percepción de eternidad; la memoria, a los recuerdos arcaicos y de infancia; el amor-desamor, a la nostalgia de lo materno. Es probable que la frecuentación de algunas imágenes, genere un inevitable compromiso del nivel y tensión poética. El hecho como fenómeno escritural, que también se apreciaría en el volumen en su conjunto, aunque más vinculado a asuntos y temas, impresiona como consecuencia de un control que se debilita. Lo extensivo parece afectar a lo intenso. No porque sí, pues, esta sección muestra cómo el libro extiende el discurso lírico hasta el asomo expositivo, en aparente o probable contradicción con el subtítulo “Antojología 2, que lleva el volumen.

Por momentos, la sección se carga de manifestación de ideas y podría señalarse en el lenguaje, algunas infiltraciones del registro filosófico. A veces recuerdan algunas marcas en la poesía de Circe Maia, aunque en ella están resueltas desde una emotividad y estética diferentes. En esta sección también se completa el trazado de una silueta espiritual del yo, de singular configuración, dotada de momentos con intensa belleza y  algún texto memorable como el titulado “Todo retornará al silencio”-el tercero de ellos, con ecos bíblicos-, donde leemos: “Cuando sople el viento del desierto/ y devuelva al polvo la palabra, / el silencio soplará la Tierra/ y el sueño de Dios/ se habrá soñado”

Importa, pues, recorrer el itinerario de escritura de alguien que finalmente, dice montar sobre un humano sueño “armado de palabras”, cuyo registro tiene-al menos-, un lugar en el corpus de la promoción de los ´60.

Ricardo Pallares

El prólogo del prof. R. Pallares lo incluyó en su libro Narradores y Poetas Contemporáneos. Ediciones Aldebarán. 2ooo. Auspiciado por la Academia Nacional de Letras.





Comentario de Jorge Albistur a “Hombre libre” y “La ciudad del exilio” (Poemas)

Editorial La Banda Oriental. 1984



La poesía de Vechtas, es la expresión más pura de un lenguaje bien nuestro y de todos, elegido para nombrar a las cosas innombrables que nos han ocurrido también a todos. Ningún uruguayo de los que se quedaron en la larga noche-a resistir desde el exilio interno-, dejará de sentirse concernido por esta confesión poderosa que es, al mismo tiempo, una prueba de solidaridad. Un canto a la fraternidad, elevado desde el confinamiento espiritual de los humillados y ofendidos, los oprimidos por el odio: esto es la poesía de Vechtas. Fraternidad con el joven estudiante de la cintura quebrada, que ya no entrará en las muchachas, y con la madre de dulzura y duelo entrevistos; con los que han tirado la conciencia a la basura y marchan al trabajo, en los ómnibus repletos, “maniquíes que cuelgan como reses/ enganchados del brazo al matadero”. ¿Y cómo podría sentirse lejos de ellos, este poeta resignado a “oprimir el corazón debajo el saco?” La atmósfera de este libro, recuerda a la poesía de Ernesto Cardenal, y a aquellas noches de Managua, heridas por las sirenas, sobresaltadas por perros, radios, guardias y patrullas en acecho. “El alma es como una muchacha besuqueada detrás de un auto”, dice el poeta nicaragüense; y el uruguayo expresa esta misma desolación, esta tristeza de amores robados como de prisa a la hora de la angustia. En la referencia a las reses llevadas al matadero, y en muchas otras imágenes, el lector percibirá-más bien que cualquier relación con otro poeta americano-, un fuerte tono bíblico. A veces, un poema de Vechtas, aparece casi enteramente como un salmo-“junto a los ríos de Babilonia”-, porque allí está la primera e inmortal poesía del exilio. El ghetto, la ciudad sitiada y la patria perdida, son aquí, los términos recurrentes. Pero el libro termina con un exultante saludo al “Hombre libre”. Ese poema debe ser mirado como el verdadero centro del volumen. Si él no estuviera, podría decirse que, en esta desesperante sentencia shakespeariana, está lo que Vechtas piensa sobre la vida y el destino de los hombres; es “un fósforo frotado contra el muro/ que nada significa ni ilumina”.



Jorge Albistur.



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“Prólogo” de Jorge Albistur, a Cosmoagónicas, editorial La Banda Oriental.1992



En un volumen de esta misma editorial, y hace ya unos ocho años, me tocó presentar un excelente libro de Joseph Vechtas: el titulado Hombre libre y la ciudad del exilio”. Esta circunstancia desaconsejaba, en principio, que fuese también yo quien prologara estas composiciones Cosmoagónicas”. Me decidió a hacerlo, sin embargo, el considerar que estos dos libros poéticos, son lo bastante diferentes, como para constituirse en mundos perfectamente separables. “Hombre libre y la ciudad del exilio”, fue una de las más conmovedoras versiones de la angustia colectiva, padecida en los años de la dictadura. El nuevo libro de Vechtas, en cambio, es más resueltamente personal e íntimo, como corresponde a un maduro enfrentamiento del hombre consigo mismo. En este sentido, el poema Retrato latinoamericano”-acertadamente ubicado en el conjunto, como Introducción a él-, obra a modo de nexo entre aquel poeta sacudido por los temas sociales y este otro, absorto en su propio destino. Pero aun a pesar de su asunto, el poema mencionado, pertenece decididamente a esta segunda época, por decirlo así: ya no hay la violencia del lenguaje llevado hasta el clamor, ni aquella cólera acongojada y recorrida de pronto, por centelleantes imágenes bíblicas, sino un tono más reflexivo y resignado. De cualquier manera, el poeta latinoamericano, se ve a sí mismo bajando-sugestivamente bajando y no subiendo-, como aquí se lee:”bajando mes a mes y día a día/por la cuerda infinita de un salario”.  Resulta significativo que, aun este poema-el más próximo, como queda dicho, a Hombre libre y la ciudad del exilio”-, desemboque en la justificación a través de la palabra: “Hombre pleno, hombre planetario: / si estos versos te llegan/ -fragrantes todavía/ como un corte de hierba-, aunque nada hice por ti ni por mí mismo,/ mi vida no fue en vano”. Sigue habiendo en Vechtas, una preocupación por legitimarse a sus propios ojos. En el libro anterior, comentaba la maquinal existencia del hombre vaciado de sí mismo, a través de la imagen sacudida por una desesperante ráfaga sakespeariana: “Un fósforo frotado contra el mudo/ que nada significa ni ilumina”. Es bueno señalar ahora, a manera de guía apenas útil, los centros del conjunto poético titulado “Cosmoagónicas”. El primero es la casi denodada búsqueda de una identidad. El autor, como cualquier otro hombre, es varios “yo”, y se empeña en reconocerse en la trama sutil que lo enlaza a otros seres. Los muchos rostros están tan vivos, que asoman de pronto, a texto expreso, y quedan a flor de poema: “golpeo las ventanas/ de detenidos días/ y a las puertas me salen/ los que habitan en mí”. La de Vechtas es, ahora, en buena medida, una poesía s del recuerdo: “mis ojos se empapan de memoria”. Es, además, una poesía de la temporalidad cerrada y sin proyecto. “Sólo vendrán los días pasados”, dice, y a veces, el verso recoge esa confluencia del tiempo personal y filosófico, siempre potencial en Vechtas. Así, se lee en otro momento: “Futuro y memoria son lo mismo”. Como quiera que la identidad se define, sí en el tiempo, y por el hilo salvador de la memoria, pero también en el espacio-un hombre es su mundo y una serie de objetos-, hay aquí, una intensa poesía las cosas y los sitios. Los ojos se empapan de memoria, pero la indagatoria de sí, en una tarde lluviosa, puede convertirse casi enteramente en la percepción de un aroma: “Olor a marrón de las macetas. / Olor a levadura en la cocina; / a madera cortada que grita y que perfuma/ un olor amarillo”  Por ese camino, Vechtas es también el poeta del barrio y el hogar humildes; y Montevideo tiene en sus versos, una gravitación falquiana. Pero el poeta confiesa además, esta propuesta: “Unirme al canto polifónico del mundo/ y ser olor, leña y resina”. Y en otro momento dice, con claridad todavía mayor: “Mi conciencia se llena de mundo: soy aquello que miro”. Si a esta posibilidad de transposición del ser de las cosas, se añade el alma de ellas mismas-léase la “Oda al arbolito de la calle”, se estará en presencia de un raro hilozoismo, que acaso ha de ser respuesta conceptual al ser del mundo, y no ya sensación o emoción ocasionalmente nacidas. Una atención a este hilozoismo, puede volver más transparente, por otra parte, el título Cosmoagónicas”. No hay, quizá, en todo el libro, un poema más lleno de gracia que el llamado “Pelecito”. La cautivante sencillez de ese texto, no debe disimular el espesor de este otro tema de Vechtas: el amor. Es el suyo-siempre-, el amor fundador; ése que ciertamente fue alguna vez pasión, pero se ha convertido en una opción madura e íntegramente asumida. Con una crueldad nacida del cansancio y la desesperanza, Vechtas dice, de pronto, de “la compañera de los grises días”: “y descubre que peina sus cenizas/ sin jamás ardido”.  El poeta parece olvidar que esa mujer que amasa, lava y regatea; esa mujer que acaricia con la mano nudosa del fregón y la escoba, la que pone pinzas a la tarde, es su vagilla: la cosecha al hombro que se lleva andando hacia la noche, como un consuelo y hasta un íntimo regocijo. Sobre esa marcha, sobre el gran viaje, vale la pena copiar unos versos-precisamente-, del poema “Homo viator. Estos versos configuran por sí solos un poema en sí mismo autosuficiente, aunque Vechtas haya preferido que formaran parte de una composición más extensa, como se observará en la lectura del libro. He aquí el texto en cuestión:



A corazón abierto, el hombre

-vulnerable, contradictoria criatura-,

levantó su casa,

persuadió a los árboles que acudieran a su lado,

nombró las cosas para que despertaran,

cubrió las rocas con símbolos legibles

en un mundo sin voz y sin lectura.

Al cielo llamó Padre” y a la tierra, “Madre”.

Pero la muerte no quiso obedecerle

y se escondió en los anillos de su carne”.

Jorge Albistur



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Prólogo del profesos Lauro Marauda al poemario La invención del tiempo

(Edición del autor. 4/2005)



Ese dado llamado tiempo



Poesía sencilla y profunda. Sencilla, porque contra lo que una formación filosófica, pictórica y artística podía desvirtuar, Vechtas no olvida nunca que la gran poesía consiste en imagen, música e iluminación, nunca predominio del encadenamiento racional o casuístico. El yo lírico jamás cae en el hermetismo ni en la expresión abstrusa. Cierto que los grandes temas metafísicos (el lugar del hombre en el cosmos, el tiempo, la causa primera, el fin último, Dios mismo), aparecen continuamente en sus poemas, pero bajo disfraces atractivos, fulguraciones y sugestivos silencios. “Mi vida pasa. Los siglos permanecen”, o “En un tiempo estuve yo/ en el mismo lugar que ocupó el tiempo”, o “No es el paraíso lo perdido. / Es este mundo”, ejemplifican las preocupaciones más internas de un ser sensible ante las arbitrariedades del azar. Tiene razón Ricardo Pallares, cuando afirma en el prólogo de “El presente incesante”, que para el autor “La poesía es una categoría de la existencia cuando aprehende al mundo y al tiempo”.También cuando Jorge Albistur asevera deCosmoagónicas”, que representa “un maduro enfrentamiento del hombre consigo mismo”. En este nuevo opus, donde Vechtas aprehende también al mundo y al tiempo, con madurez, hay una flamante manera de devanar el hilo de siempre. La palabra ha sido tendida en lo alto y a pesar de los golpes, la incomprensión y la nada, sigue allí. Porque dice cosas importantes. Poesía profunda. Desde su profundidad, el abismo nos reclama atención y audacia. Para no quedarnos en el borde de la vida ni en sus pasatiempos. A pesar de que “Le duele el agua a los ojos. / Le duele el agua, el agua dolorida” y “El tiempo y la muerte/ se cruzan en la esquina”. También “Cada madrugada/ alguien sube la llave/ y el sol sigue encendido/ con su lámpara ciega”. Los goces ayudan a vivir. “Hablar con los amigos, / paladear la comida y las palabras, / compartir la noche escondida en la copa, /con el regusto de la amante en la boca”. De modo que Vechtas, sin grandilocuencia ni abstracciones desmedidas y ajenas a la belleza, poetiza que sobrevivimos con una raíz en el dolor, pero también en la compasión, el encuentro y la alegría. No es poca cosa en esta época de sombrías decadencias y pozos solitarios.



Lauro Marauda

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COMENTARIO DE LA PROF. MERCEDES RAMÍREZ DEL POEMARIO “LA INVENCIÓN DEL TIEMPO”.



Joseph Vechtas no integra ninguna capilla literaria. Su producción ensayística-plástica, economía, humanismo-, no le ha valido el reconocimiento que merece. Es un pintor de vasta obra, insuficientemente conocida, aunque sí validada por el juicio de quienes son maestros en ese arte. Joseph Vechtas es fundamentalmente poeta, autor de Cosmoagónicas, libro prologado por Jorge Albistur; y el Presente incesante, prologado por Ricardo Pallares. La valía de tales padrinazgos, adelanta desde ya, la fina calidad de los poemas, en que el decantamiento de la indagación filosófica, se une a la explosión sensual, regidas ambas, por la mirada del pintor. Joseph Vechtas vive en Montevideo, camina por sus calles, captura la luz y la sombra entre los follajes de su amado parque Rodó, para fijarlos en las telas. Es un solitario, un hombre triste, que no tiene el propósito de esconder su tristeza y su soledad, sino que las hace entramado de muchos de sus poemas. En alguna página inédita, escribió: “Ciertos optimistas, espontáneos unos, profesionales o coquetos otros, hallan amargos estos versos. Lo siento: yo soy la herida”; “estamos solos. Nuestros ojos, son espejos. Testigos de la vida”. Tal vez pudiera discutir la pertinencia de la queja, que inspira muchos de sus versos, quien aprendió a dirigir a su soledad y a su vejez, una sonrisa agradecida. Lo que no es discutible, es que los ojos del artista, son espejos y testigos de la realidad, y que su voz, tiene el derecho a elegir y decir los tonos de la desolación, para transmutarlos en un hecho estético.

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No encontré más allá del horizonte

sino eriales y tierras conquistadas.

La recompensa la tengo en mis heridas

y mi único pago es la belleza.

Ella es mi suerte.

Una parca moneda

para pagar la vida

y el paso franqueado hacia la muerte.

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Vivo perdido

en la ciudad del mundo,

entre muros de sombra,

en un foso infinito.

………………………………………..

Mi vida, que golpea, está aquí afuera.

Y allá, en la realidad,

la dicha ajena.

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Se puede recorrer este excepcional poemario, espigando los lamentos, la pena, la desolación que el poeta extrae de su propia existencia, si es que debemos aceptar una lectura autobiográfica. Así, versos que sacamos del contexto:”cuando volví, había perdido la batalla”; “así como el atleta que sabe/ que nunca llegará a la meta”; “Ulises sin Penélope, nada me queda sino la soledad”; “como el albañil en el tejado/ reparando las tejas en la lluvia,/ se me pasó la vida”; “mi corazón desborda de tristeza; /lastima a quienes ama/con su ciega torpeza”; “maestro en el dolor y el sufrimiento/ juego mis cartas a lo irreparable”.

Una elegía al dolor; un treno prolongado, que llora sobre la vida misma y, sin embargo, ¿quién podría jactarse como Vechtas. De haber recibido como pago la belleza? “Ella es mi suerte; una moneda para pagar la vida”.[3] El lector de la Invención del tiempo, es un creador de belleza y también, un gozador muy sensual de la belleza, como se revela en poemas que están al promediar el libro. Entonces, ¿dónde está la pérdida?

Todo poeta tiene el derecho a elegir su mirada y a defender la autenticidad de su voz, pero cuando se trata de medir los pro y los contra del vivir, nos viene a la memoria, uno de los sonetos más duros e intensos que se hayan escrito en español: Adam Cast Forth,

Poema en el que se laudan los enigmas del sueño y del recuerdo, y el ambiguo entretejido de dicha y pesadumbre que es la vida. Y aquel terceto final:



“Y sin embargo, es mucho haber vivido;

haber sido feliz, haber tocado

el viviente Jardín siquiera un día”.



Frente a este grupo inicial de poemas, que resuelven con pesimismo, la ecuación existencial-que, digámoslo redundando-, es diferente para cada viviente, en La invención del tiempo, hay muchos poemas que quedan fuera de ese amargo circuito. Poemas del gozo, no del paraíso perdido, sino de las cosas sencillas y de los abismos del erotismo, que la memoria atesora.

……………………………………………………….

Vivir el cuerpo

cual huésped esperado,

a quien se o frece con honor la silla,

que el pan y el vino

se han puesto por nosotros

y se es parte en la fiesta.



Vivir es una gloria,

Haber nacido en el planeta de las flores,

tomar lasa cosas que nos pertenecen

como si en cada mesa,

el plato, el vino y los amigos,

esperasen-dispuestos desde siempre-,

a compartir los goces del banquete.



O este fragmento de Como un pájaro se abre la memoria: 



Como un ángel agitándose en mis piernas,

sé por tu carne que existía.

Por tocarte y olerte y embriagarme

del incienso quemado de tu cuerpo,

corren mis versos como ríos paralelos.

Todo ha cambiado aunque tú permaneces.



El amor, la muerte, el tiempo y la memoria, son los grandes tópicos de la poesía universal. Nadie como Vechtas, ha profundizado en estos últimos temas: tiempo y memoria. La fineza de la reflexión, los delicados matices que va descubriendo en cada poema, son realmente excepcionales, dentro de la actual poesía uruguaya.

El poema La noche de los cristales rotos, acoge un tema que conmueve y seguirá conmoviendo al Occidente. En Vechtas, adquiere la interioridad de una experiencia personal, transmutada en un poema austero. La invención del tiempo, es un libro cuya lectura demandará mucho tiempo lento, solidario y sensible, de cada lector.

Mercedes Ramírez



Prólogo de la catedrática de Literatura Hispanoamericana, Prof. Sylvia Lago, a la novela El exilio de Dios. Edit. La Banda Oriental. 2003.



Una auténtica visión del mundo



Con una sólida formación filosófica, que le permitió ejercer la docencia en el país a nivel superior, Joseph Vechtas es, prioritariamente, un espíritu humanista en quien se aúnan una excepcional cultura, que abarca todos los aspectos del intelecto, con inusuales condiciones creadoras: pintor destacado, con numerosas exposiciones y reconocimientos en el ámbito de la plástica, ha sido, además, profesor de literatura y crítico de arte prestigioso. Todo esto, unido a una profunda sensibilidad, le ha permitido lograr la captación plena del fenómeno estético, del cual se ha ocupado en diversos ensayos de valor. Pero deseo resaltar especialmente, una faceta fundamental en su actividad creadora: Vechtas es autor de libros de poemas muy apreciados en nuestro ambiente cultural, y se ha destacado también en la narrativa, así se trate del cuento o de la novela. Es precisamente este último género, abordado por el escritor con sabiduría y agudeza, el que ahora nos convoca para celebrar la aparición de El exilio de Dios, novela donde las virtudes antes señaladas, se reúnen a fin de componer una estructura armoniosa, sustentada en otras disciplinas, como la historia, la sociología, la psicología, la antropología, que dan apoyo cabal al desenvolvimiento de una fértil imaginación. Se produce así, un entramado ficcional concebido con registros seguros, en el cual se va urdiendo una rica evolución argumental y las historias de vida, entrelazadas, surgen de una indudable capacidad para crear un contexto y un friso de personajes de real estatura y verosimilitud. De esto deriva una coherente y particular visión del mundo, que atañe no sólo a la creación de personajes-protagonistas u otras figuras secundarias-, sino a una dinámica que los integra a todos: vinculándolos, acercándolos, oponiéndolos, de pronto, con hábil estrategia de planos contrastantes o encontrados y de intensa penetración psicológica. En esta perspectiva se nos presenta don Perfecto-para empezar con un ejemplo paradigmático-, ese “inmigrante inmodesto”, desmesurado, “presa de sentimientos contradictorios,” cuya presencia vertebra la novela, y que es capaz de relacionar circunstancias diferentes, de enfrentar situaciones y de ubicarse, sin temor, en el centro de los conflictos vitales planteados. O el Narrador, que atiende a las peripecias del devenir novelístico, con una sutil mirada crítica y que, enraizado en su país, con una definida cultura, emite reflexiones profundas y es dueño de una cosmovisión  que le permite incorporar en sus parlamentos, la política, la filosofía, el arte, la religión, convocando de pronto, a Marx y Engels, a Unamuno y Ortega,. Al mismo tiempo que tiene presente su origen: el padre, aquél “gringo viejo”, que ha sabido transmitirle un sustrato humano incanjeable. En un universo con pocas respuestas ontológicas, donde hay una conciencia lúcida, que enjuicia y se auto enjuicia, otros personajes contribuyen a crear una atmósfera, un estilo de vida, una época. Recordamos especialmente, a Margarita, la esposa de don Perfecto, con “su mente acosada por sentimientos de culpa y de pecado”,  crucificada por ideas atávicas, soportando agresiones, dejando convivir en ella, anhelos místicos y miedos patológicos. Y toda una pléyade de de personajes engranados en una violencia salvaje, que no excluye la presencia de una naturaleza expresada a plenitud, en “un vértigo de estrellas”, o un “estremecimiento sublime de los astros”.  La novela construye diversos estratos que se complementan acertadamente: así, ese submundo-reconocible por el lector uruguayo-, donde cobran relieve personajes pueblerinos, como el Comisario, la Madama y sus “gurisas”, sujetas a “normas sin transgresiones”,  a violencias y humillación. El diálogo, dentro de una textura prosística que urde contingencias actuales, evocaciones, recuerdos, revela en sus expresiones, los espacios sociales en los que se genera: el discurso dialógico se aviene cómodamente con artilugios de estilo, como descripciones, metáforas, comparaciones propias de la modalidad expresiva del autor (recordamos, ya hacia el final del texto: “ Sobre el horizonte, como un pliegue de papel arrugado o el interior de una retina desgarrada, todavía crepitaba un resto de sol”, “había una luna clara, traslúcida, hecha de agua o delgada porcelana”). La novela, filosa, a veces, osada siempre en sus formulaciones, logra crear un universo propio, plasmado en una escritura amena, reveladora, no sólo de un acendrado oficio de narrar, sino de pensar y de vivir.



Sylvia Lago
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Novela de un pensador y poeta

(Comentario de la novela “El exilio de Dios”, por el prof. Jorge Albistur)

Amante del ensayo y la poesía, Paul Valéry, declaró alguna vez, con mal humor, que no leía novelas porque no podía perder el tiempo para saber si la condesa tomaba el té a las cinco de la tarde. Pero la gran novela está a salvo de esta refutación. El exilio de Dios, es una gran novela, al menos por sus aspiraciones. Rara vez el género, entre nosotros, si bien ha sido abordado por plumas más diestras, ha querido tomárselas con un haz de asuntos tan denso e insondable: las relaciones del hombre y Dios, y de tal modo detenidas en el Antiguo Testamento, que un hijo enfermo, es, acaso, maldición de lo alto; el amor como descubrimiento del ser, ante sí mismo; el amor fundador y cimiento de un destino u opción de vida; las formas de la justicia social y los clivajes inevitables entre los paraísos prometidos y la módica tierra arable de los hombres. Ninguna de estas grandes interrogantes, se desenvuelve en prolijos cuestionamientos y arduas conceptualizaciones, como cabría esperar del profesor de filosofía. Vechtas crea una trama y una accción. Da vida a personajes que no son él mismo y los obliga a mirar el mundo desde ojos ajenos. Arma, también, un escenario y no rehuye la pintura de la consabida aldea-mundo, global en el mejor sentido: es Raigón, un pueblo o casi mera estación ferroviaria, en la cuenca lechera de San José, cuyos muchachos corren, de pronto, al quilombo de la capital maragata, angustiados como héroes de la novela rusa y sabedores de que, si Dios no existe, todo está permitido. Cuando el lector encuentra esta gravitación de Dostoievski y explora las temblorosas inocencias del amor, en el cuartucho de un burdel de pueblo, bien puede agradecer esta apuesta a la salud todavía actual, de Paco Espínola. Vechtas también cree que una sentencia de Nietzsche, tiembla entre chilcas y cardos de nuestros campos y sigue en entredicho en el drama de un jovencito chacarero. Porque El exilio de Dios es, de algún modo, un Bildungsroman, o una novela de la educación, sólo que bifurcada y abierta a dos protagonistas: el aprendiz de pintor e intelectual temporariamente escindido de la vida ciudadana y el adolescente de la tierra, aunque sueña con dedicarse a la electricidad y asistir a la escuela industrial. Los dos envejecen a golpes, mejor que en procesos que traigan consigo la madurez. Es obvio que el autor se parece, en todo caso, al primero de estos adolescentes. Sólo él, además, puede aprender la “irreversibilidad de lo vivido”, cuando los espacios se transforman y subliman en tiempo, y por lo tanto, en sólo memoria o imagen, o recuerdo: evidencia de la sustancia ilusoria de lo vivido. El otro joven, muere demasiado prematuramente, para alcanzar esta experiencia de la pérdida. La novela merodeada por los terribles conflictos de Dostoievski es, sin embargo, confesadamente próxima a ciertos relatos de Galdós o de la gran narrativa del siglo pasado. Vechtas mismo señala estas dos proximidades.
A Raigón ha llegado, después de trabajar en una fábrica de Estados Unidos, un combatiente republicano en la guerra civil española. Se llama-para mayor filiación galdosiana-, don Perfecto. Emprendedor y voluntarioso, hombre que sueña grandes empresas, este “rojo” se ha casado con una muchacha católica: un alma tan cerrada como puede imaginase en la alumna de los curas franquistas. La novela, en la primera parte, se demora en los íntimos enfrentamientos de estos dos seres unidos, sin embargo, por el compromiso siempre más fuerte, del sentimiento y la convivencia. Por momentos, la batalla es entre el reino de Dios y el de los hombres, concebido este último, como imperio de la ciencia y el progreso. Con el élan de un Emilio Reus, pero condenado al fracaso, este don Perfecto está a punto de transformarse en símbolo y arrastra a su contrafigura, a alzarse también, hasta la categoría y el prototipo. La novela no es aquí previsible, pero sí, tal vez, algo esquemática y respira el aire un poco antiguo del país clerical modernizado por el krausismo batllista: la mujer descubre que Dios castiga a los justos y el racionalista, se enfrenta a la irracionalidad de la vida, siempre misteriosa y cruel, como el azar y el sinsentido, de una voluntad arbitraria. Vechtas recuerda esta frase de Nietzsche: “Si yo fuera Dios, me moriría de dolor”. Sus personajes son impulsados a confrontar una y otra vez, la absoluta verdad y la misericordia infinita con el dolor y el absurdo. Narrador omnisciente, Vechtas suele contar desde un fondo de reflexión, sobre los mismos hechos que él transforma en historia. Asoma, quizá demasiado, en este contrapunto sobre lo religioso, proyectando sus propios conflictos. Pero ese fondo de reflexión-o de inflexión filosófica-, rara vez devora o sustituye al relato y lo acerca, en cambio, por momentos, a tensiones ejemplares: el narrador piensa en Schopenhauer o Spinoza o el budismo, o en las campanas de John Donne, que doblan por cada uno de los hombres; pero el personaje aporta el asombro y el desamparo, y vive la auténtica intimidad vacía que habrá de llenarse de mundo. Sea como fuere, un pensador está agazapado detrás de las peripecias y deja a los seres y las acciones, en libertad, pero juzga el todo como si no fuera suficiente registrar el mero acontecer. De parecido modo, hay también un poeta al acecho, tras la tranquila sintaxis del desarrollo novelesco: ese Joseph Vechtas, autor de Hombre libre y Ciudad del exilio, Cosmoagónicas, que vigila y está en alerta, para acotar, por ejemplo, cuál es la etimología de “pánico” o para escribir, con dudas, “como si le bajara a beber un pájaro en la boca”, y sabe también, que los muertos están “parapetados en la dimensión interior de las cosas”. Vechtas , el poeta, conoce bien, igualmente, la última y resuelta incertidumbre de la condición humana y, más allá de empeñosos ergotismos y casuismos arduos, ha definido shakespearianamente, a la vida de los hombres, como “un fósforo frotado contra el muro/ que nada significa ni ilumina”.
En la novela, como trabajo más sostenido y constructor del espíritu, no ha querido resignarse a este nihilismo.
Semanario “Brecha”. Literarias. 11 de Julio de 2003. Jorge Albistur

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Reseña del crítico de La República, Hugo Acevedo, de la novela “El Exilio de Dios”.

El exilio de Dios

Esta novela del docente y escritor uruguayo Joseph Vechtas, narra la historia de una familia de inmigrantes automarginados, que viven exiliados en una pequeña localidad.
La obra explora la peripecia existencial de un singular grupo de seres humanos, proponiendo compartir historias de vida, que se entrelazan hasta crear un vasto friso de contundente realismo y singular verosimilitud. El escritor trabaja su materia literaria, mediante un trazo muy particular y una visión personalísima del mundo y un tiempo histórico determinados, integrando a sus personajes- aún a aquellos aparentemente menos relevantes-, a un único e indivisible universo narrativo. El relato construye múltiples micro mundos humanos, espaciales y emocionales, donde sobresalen prototipos bien pueblerinos, que resultarán ciertamente familiares al lector.
En el prólogo de este libro, la escritora y crítica literaria Sylvia Lago, afirma que “se produce un entramado ficcional concebido con registros seguros, en el cual se va urdiendo una rica evolución argumental. De esto deriva una coherente y particular visión del mundo, que atañe no sólo a la creación de personajes protagonistas u otras figuras secundarias, sino a una dinámica que los integra a todos.”.
La autora señala que esta novela posee “una estructura armoniosa, sustentada en otras disciplinas, como la historia, la sociología, la psicología y la antropología, que dan apoyo cabal al desenvolvimiento de una fértil imaginación·.
De sólida formación académica, Joseph Vechtas ha demostrado una particular sensibilidad para decodificar conductas y emociones, las que proyecta a sus paisajes literarios con sabiduría y agudeza. A través de su participación en diversas actividades intelectuales, el escritor ha logrado la plena captación del fenómeno estético, del cual se ha ocupado en diversos ensayos.
Además de su actividad como plástico, Vechtas es autor de libros de poemas, aunque se ha destacado particularmente, en el género narrativo, tanto en el cuento como en la novela.
(21/7/03)
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Prólogo del director del Museo Figari, Pablo Thiago Rocca, a
Figari. Estética, arte, pintura.

Joseph Vechtas y el enfoque hilozoista en Pedro Figari

La elaboración crítica en torno al pensamiento de Pedro Figari y el análisis de su obra pictórica, han sido abordados desde diferentes perspectivas teóricas, en el transcurso del siglo pasado, comenzando, aunque bastante tímidamente, en vida del propio artista. La calidad de estos abordajes, bien dispares en cuanto al interés de los enfoques disciplinarios y la profundidad de su tratamiento, ha dado lugar a una biblioteca nutrida, base de referencia para especialistas y aficionados. Sabido es que la valoración plástica de su pintura, se inaugura en Buenos Aires, en la segunda década del siglo XX, en el ámbito de la revista Martín Fierro. Jorge Luis Borges, Ricardo Güiraldes, Oliverio Girondo, González Garaño, son algunos de los intelectuales que le dedican un fervoroso apoyo, desde la “trincheras” de esta publicación porteña, asimiladora de los primeros movimientos vanguardistas en América. No obstante, serían los franceses Desiré Roustan y Francis de Moimandre, quienes una década antes, reconocerían su valía como filósofo, cuando en Uruguay aún sólo se lo veía como un abogado y político de renombre. Sin embargo, para el público en general, el conocimiento de la obra integral de Figari, sigue siendo, aún hoy, difuso, fragmentario y por momentos, muy superficial. Muchas importantes publicaciones se han agotado o resultan inhallables. [4] En los últimos cincuenta años, los medios de prensa-tanto los de tiraje masivo como las publicaciones especializadas-, salvo esporádicas excepciones, han descuidado el tratamiento del “caso Figari”, con la seriedad y el celo que tal empresa amerita.[5] Más frecuentes han sido los resúmenes en revistas escolares, las apresuradas notas en diarios que lo vinculan al mundo del carnaval-por extensión metonímica de su pintura de candombes-, y las noticias sobre los altos precios que alcanzan sus cartones, subastados en el exterior. Del político y del jurista, poco se dice; del pedagogo casi ni se menciona; del filósofo nada se lee ni se escucha. Acaso queda en el público, la vaga sensación de un pintor de candombes o “de pasadas costumbres”. En este contexto, la publicación del libro de Joseph Vechtas, Figari. Estética, arte, pintura, marca un punto alto de justipreciación crítica. Viene a consolidar iniciativas que este museo ha alentado desde su creación y a sumarse a las que se implementarán con motivo del sesquicentenario del nacimiento del autor de El arquitecto.[6] La larga peripecia del ensayo de Vechtas, desde su concepción inicial hace tres lustros, hasta la presente publicación-y algo nos adelanta el autor en las notas preliminares-, es un duro ejemplo del tipo de obstáculos que operan en la comunidad académica y en el ambiente editorial uruguayo. Ya en aquella primera versión, cuando se  presentó como resultado de un proyecto de año sabático, el autor, a la sazón profesor de filosofía, arriesgaba una serie de hipótesis novedosas y las desarrollaba con una batería de recursos teóricos y con un ímpetu expositivo que no pasó por alto un reducido núcleo de entendidos, encargados de darlas a conocer en forma parcial. Así circularon por los ambientes museísticos y universitarios, versiones sintéticas de este tratado.[7]  No sería justo ni apropiado, afirmar, empero, que en el transcurso de estos años, nada hemos avanzado en la comprensión de esta figura capital de la cultura americana. Se han publicado varias biografías; intensos y fructíferos han sido los análisis de la gestión de Figari al frente de la Escuela de Artes y Oficios, y las implicancias de sus postulados pedagógicos, ligados al arte y la enseñanza industrial; se avizoran avances en el conocimiento de los imaginarios precolombinos en su obra y en su concepción del hombre primitivo; una exposición reciente en el Museo Nacional de Bellas Artes, de Buenos Aires,  profundizó en la inserción del artista uruguayo, en la vanguardia porteña de los años veinte; y no falta tampoco, la correcta reseña para niños, ni la exploración de los lazos del joven Figari, con la masonería, entre otros acercamientos de interés. [8] Todo lo cual, no quita, dada la especificidad filosófica de las cuestiones planteadas por Vechtas, que éstas no hayan encontrado en todo este lapso, interlocutor capaz de medirse con ellas, con una salvedad que merece citarse: el ensayo de Juan Fló, titulado “Pedro Figari; pensamiento y pintura”.[9] Ambos trabajos buscan, con similares antecedentes (Roustan, Emilio Oribe, Rama, Manuel Clips, Ardao), “considerar principalmente, la teoría estética de Figari y las relaciones que ésta guarda con su pintura”. Sin detenerse en comparaciones de estilo, de enfoque o de extensión, es digno de observar, que los dos trabajos más enjundiosos sobre el tema, los debemos a pensadores cercanos al Taller Torres García. Tanto a Fló como a Vechtas, aunque al primero de forma más o menos velada, parece acicatearlos la circunstancia, diametralmente distinta en Torres, del desfasaje entre el discurso teórico y la práctica pictórica de Figari. Sin explicitar los motivos, Vechtas afirma en una breve nota al pie, que “disiente en lo principal”, con la investigación de su antiguo profesor de estética, Fló. Parece razonable inferir que para Vechtas, este desfasaje, es únicamente temporal-el período comprendido entre la publicación de “Arte, Estética, Ideal”(1912), y su entrega “profesional” a la pintura (a partir de 1917)-, mientras que, para Fló, implica, además, una contradicción conceptual relevante.[10] De hecho, Vechtas apuesta a una reconciliación orgánica entre las ideas y los actos que promueve Figari; afirma el vínculo integral del hilozoismo-que se apresura a diferenciar del panteísmo-, es decir, la concepción “metafísico-vitalista” de Figari, en concordancia con su doctrina estética y su pintura. Pero advierte: “No olvidemos que no es una obra sistemática,; le interesan las ideas fundamentales de la vida y la sustancia. Vechtas sigue de cerca, el hilo delicuescente con el que Figari teje su historia artística: “no sólo pinta de memoria, sino que pinta la memoria”.
No podía quedar fuera del análisis, por tanto, la emoción estética, a la que el estudioso aboca con verdadera fruición y conocimiento de causa (pues Vechtas, no debemos olvidarlo, es también pintor). De la intimidad de la elucubración interior, surge una comprensión de las cualidades de la plástica figariana, que es, a la vez, intelectualmente severa y comprensiva. Lo defiende de los cerrados enfoques positivistas-“no pintó el progreso, el trabajo […], que se esperarían de un positivista militante”-tanto como de los juicios costumbristas: “Mira mal quien sólo ve el estampón, en los cartones de Figari; es víctima del formalismo esteticista que abstrae el artista del hombre, de su concepción del mundo y de la vida, de su densidad y su médula humana”. Hay un elemento crucial que nos muestra el aliento vivificante, de este opus de Vechtas: todo un capítulo dedicado al análisis compositivo de los cuadros, recurriendo a ejemplos concretos. Este sano ejercicio “de mantener los pies en la tierra”, tan apropiado a la hora de determinar la alineación de las teorías y las prácticas, brilla por su ausencia entre el resto de los filósofos que abordaron estas espinosas cuestiones. Y no es improbable que este descenso desde el plano ideal, a los problemas básicos y más “mundanos” del pintor-deberíamos hablar de ascenso, para librarnos del yugo de la costumbre de críticos y filósofos-, haya tenido un costo alto para su autor. [11]
A riesgo de extraviarse en consideraciones particulares, Vechtas redobla el desafío: en claridad y perspicacia, de la obra analítica de la pintura, se aprecia uno de los mayores logros de este ensayo. Otro, no menos fundamental, es situar la problemática, en un rango ontológico, en una “cosmoplástica”, como define el autor, con certero neologismo, sin decaer la tensión del pulso escritural ni reducir la complejidad de las implicancias conceptuales. El ensayo de Vechtas, respira el compromiso y la alegría de la pintura, lo que llama el “concepto eudemonista del arte, como fuente de felicidad”, del que participa el propio Figari. “La fiesta como ritualidad, como expresión profunda de la vida, a través del instinto-que cuida nuestros extravíos civilizatorios y supersticiosos, nuestra moral ascética y desvitalizante-. Y la fiesta como regocijo, sin conciencia de lo que ella significa a un nivel metafísico (vital) más hondo”.

Pablo Thiago Rocca. Coordinador del Museo Figari
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El lector interesado puede hallar los textos anteriores, en la Biblioteca Nacional (Montevideo), y en algunas de los liceos capitalinos. En España, en la Biblioteca de la Universidad de Salamanca, del Dep. de Literatura Española e Hispanoamericana (Facultad de Filología); no así en la Facultad de Humanidades de la ROU. El libro sobre Figari, fue editado por el Museo Figari, con el auspicio de la Embajada Española. Se encuentra en: la Biblioteca Nacional, las de la IMM y la Universidad Católica del Uruguay. También en el Museo Juan Manuel Blanes y en la Facultad de Arquitectura..
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Ponencia para Ethik in Deuchtschland un Lateinamerica heute. Akte der Ersten Germano-Iberoamerikanischen Ethik-Tage, en la Universidad Nacional de B. Aires, entre el 11 y 13 de septiembre de 1985. Primeras Jornadas Germano –Iberoamericanas de Ética.
Publicación de la ponencia “¿Qué posibilidades presenta el Uruguay para actualizar las virtualidades de sus habitantes desde el punto de vista de la moralidad?”, por la editorial Peter Lang. Frankfurt am Main. Bern. New York. Paris. 1987
Se encuentra en la biblioteca de la Facultad de filosofía de la Universidad de B. A.
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Otros textos se hallan dispersos en diversas revistas y semanarios: Garcín, La Semana de El Día, Relaciones, Brecha, Compañero, Asamblea, Cuadernos de Marcha, Jaque, la revista de la Universidad de Moorhead (USA), la revista de la Academia Nacional de Letras, etc.


CURRÍCULUM DE Joseph Vechtas pintor.

Estudios en la Escuela Industrial con Manuel Rosé.
Estudios en el Taller Torres García (1946-49)
Asistencia a las clases-conferencia del Maestro, con su guía y correcciones.
Estudios en el Taller de Uruguay Alpuy (1947-48).
Orientación artística de José Gurvich.
Egreso de la Escuela Nacional de Bellas Artes (Taller del Maestro Anhelo Hernández (1994).
Exposiciones

Exposición individual en el Grupo Erato (1954)
Exposición colectiva en la Asoc. Cristiana de Jóvenes. (1959)
1er premio en el IV Salón de Artes Plásticas de las Asociación de Estudiantes. (1960)
Exposición colectiva organizada por Anoar Azioni. (1960)
2do Premio en el 1er Salón de Independientes de la Alianza Francesa. (1975)
Exposición colectiva en el Banco de la República (1979)
Exposición individual en la Asociación Cristiana de Jóvenes. (2000)
Exposición individual en la Sala Vaz Ferreira de la Biblioteca Nacional. (2001)
Exposición en la Sala de la Cátedra Alicia Goyena.
Exposición en el Museo Manuel Blanes (2007)
Exposición en el Museo Nacional de Artes Visuales. 2010

Presentación del Maestro Anhelo Hernández, en el catálogo de la Exposición en la Cátedra Alicia Goyena:

Joseph Vechtas es un pintor de toda la vida. Antaño discípulo de Torres-García; granjero luego, filósofo, poeta, ensayista de siempre, recién ahora, cuando ya lleva editado varios libros, y es reconocido como un avezado navegador de las ideas estéticas y filosóficas, se lanza con ese pudor que el mercado del arte quiere borrar, a la aventura de exponer sus trabajos pictóricos, porque ya se sabe que tiene un horizonte propio y un lenguaje con el que aproximarse a él. Sus obras no son las de un pintor naturalista, nada más lejos del seguimiento de las apariencias, de la fruición sin reparos, de lo fugaz a que se entregan los paisajistas y retratistas merecedores de tal título. Tampoco ellas pueden ser consideradas el resultado de experiencias formales, antes bien, debemos inscribirlas en la tradición de la pintura metafísica, no de la que se demora en entelequias de la imaginación, sino de esa otra que procura develar la médula de la realidad. Joseph aborda las apariencias cotidianas, la calla, la casa, la ventana, los árboles, las huertas, para transformarlas por una suerte de decantación, de maduración, en los testimonios de un orden. Para ello somete todo lo que es experiencia visual, así a lo hermoso como a lo no nos lo parece, a una clase de cristalización de la que surge una verdad, la suya. No símil sino versión, no ocurrencia sino parte descarnada de sí mismo.

Anhelo Hernández  

Presentación del Maestro Anhelo Hernández al catálogo de la exposición en el Museo Juan Manuel Blanes

Lo que el pintor, antaño profesor de filosofía, ensayista, también novelista y poeta, que en su juventud atendió las enseñanzas de Torres García, ha reunido en esta muestra, son y no son retratos: son esa suerte de documentos que parecieran guardar rasgos de una individualidad de las personas y no lo son, porque buscan presentarnos lo que en estos se puede atisbar de la maltratada humanidad que está en su esencia.
No trata el pintor, de representar prototipos ideales, atemporales, ni de exhibir sus capacidades de creador de fantasías, quizás reveladoras de su ego. Su empeño se dirige a dejar una pudorosa constancia de que seres de este tiempo, nuestros vecinos, nosotros mismos, estamos sobreviviendo, a veces, en condiciones atroces, preservando, sin embargo, lo esencial, la condición humana, el rostro humano.
Elegir, como hace Vechtas, ser “suaviter in modo fortiter in res”, es una postura ética,
que supone una estética todavía en búsqueda.

Anhelo Hernández

Reseña del crítico Alejandro Michelena
Vechtas: un pintor para conocer

Joseph Vechtas es conocido por destacada labor ensayística (…).Son menos quienes conocen al Vechtas pintor, a pesar de que su vocación por el arte plástico, lo viene acompañando desde siempre. Supo ser un juvenil discípulo del Taller Torres García (a fines de los años cuarenta) y nunca ha dejado de pintar. Y tampoco de aprender-aplicando sabiamente, aquella máxima que dice, más o menos, que en realidad estamos educándonos durante toda la vida-ya que en los primeros noventa, estudió en la Escuela de Bellas Artes, integrando el Taller de Anhelo Hernández.
Artista de  pocas, muy contadas exposiciones, muestra en la oportunidad, su obra de los años recientes; aunque no faltan algunas-realmente interesantes-, de etapas más lejanas.
Sin desmerecer sus retratos, particularmente intensos, lo que más se destaca son los cuadros referidos al paisaje urbano. Entrañables y reconocibles rincones de Montevideo, y en particular, del Parque Rodó, se asoman a través de una elaboración realista, aunque poética, mediante una paleta que por momentos, evoca-de manera lejana-, las lecciones de Torres. Pero el pintor no se queda ahí: no le teme al toque deliberadamente ingenuo y a la elocuencia de la sencillez. “Sus obras no son las de un pintor naturalista”, afirma en el catálogo Anhelo Hernández, vinculándolo después, a “la tradición de la pintura metafísica”.  Quien contemple con la debida atención, la serie de cuadros de Joseph Vechtas (…), se encontrará con un pintor que logra algo que no es común: una mirada personal. Por eso, podemos afirmar que estamos ante un creador genuino. Y más allá de las categorizaciones críticas, siempre aleatorias, esta obra ha alcanzado ya su tono y su ritmo intransferible y eso lo justifica plenamente como artista.

Alejandro Michelena 





Nota 1: J. V. ha publicado además de los libros de poemas mencionados, La invención del tiempo, La eternidad empieza; y la novela El exilio de Dios (Banda Oriental); además, Figari. Estética, arte, pintura. 2011. editados por el Museo Figari. MEC. Auspiciado por la Embajada de España.[1]
[2] Profesor de literatura, poeta; académico de la Academia Nacional de Letras de la R. O. del Uruguay
Este ensayo pertenece a su libro Narradores y Poetas Contemporáneos. Academia Nacional de Letras.
Editorial Aldebarán.
[3] La fina e inteligente crítica, ha interpretado-por la ambigüedad del verso-, una acepción posible: que el autor se creyó recompensado por haber creado belleza. Lejos de una arrogancia tal, su recompensa está en el sentido de la vida que la belleza da, tanto la naturaleza como el arte. La sublimidad de un Bach, un Haendel, un Vivaldi, un Mozart, un Schubert,  un Brahms, un Manrique, un A. Machado. La hermana Marica, Lo fatal, Walt Witmann,  Eurípides, Virgilio, Ibsen, Dostoyewski, Proust, un Chejov y otros que, no sólo ahondan en las entrañas de la vida, del pensar y del sentir humanos, sino que les debemos una fuente inefable de alegría; la otra cara del dolor, la explotación y la injusticia. ¿Quién puede atribuirse algo semejante, sin cometer un pecado de hybris, si no de ceguera o necedad? Tenía razón Schopenhauer:  la belleza, que suspende el sufrimiento. Comparto, pues, la velada y delicada reserva de la profesora. Gozar de la belleza, no es alcanzarla. Sólo un Mozart podía saberlo.
[4] Una lista somera, debería incluir a sus primeros críticos, como Georges Pillement, cuya obra de 1930, nunca fue traducida al español ni reeditada en francés; las monografías de Carlos Herrera MacLean y Giselda Zani; los capítulos de los libros de arte uruguayo, de Eduardo Dieste, Cipriano Vitureira y Pedro Argul; el fundamental y compresivo La aventura intelectual de Pedro Figari, de Ángel Rama; el estudio filosófico de Jesús Caño Güiral, sobre Historia Kiria; los ensayos y compilaciones de textos pedagógicos realizados por Arturo Ardao, en los años sesenta; el estudio técnico del argentino Juan Corradini; el testimonio-valioso por su cercanía afectiva-, de Delia Figari de Herrera; los textos de Nelson Di Maggio y Gabriel Peluffo, que acompañaron la exposición de Figari en París, del año 1992. Estos son algunos de los hitos bibliográficos que resultan de difícil acceso en bibliotecas públicas y son prácticamente, inhallables en las librerías.
[5] La excepción a la regla, viene dada por un emprendimiento de la ANEP. En Cuestión de pocos años, la UTU ha reeditado buena parte de la obra de Figari y sus antologistas, con resultados dispares. Aceptable, por ejemplo, la edición facsimilar del Crimen de la Calle Chaná; deficiente por el número de erratas, la reedición de Historia Kiria.
[6] El pasado año se presentaron en esta institución, el ensayo Pedro Figari. Tradición y utopía, de María L. Battegazzore y Nancy Carbabal, y una nueva edición de los cuentos de Figari (con la novedad de la primera traducción al español, de la nouvelle Dans l´autre monde), por el Grupo Editorial Irrupciones. Actualmente, el Museo Figari, prepara la publicación de parte del epistolario inédito de Pedro Figari y de una guía razonada de la obra de Pedro Figari, existente en colecciones del estado. 
[7] A fines de los años noventa, el Museo Blanes, por iniciativa de su director, Gabriel Peluffo, puso en circulación fotocopias con extracto del presente ensayo.
[8] Nos referimos, respectivamente, a las biografías de Raquel Pereda y de Julio María Sanguinetti; los varios escritos de Luis Víctor Anastasía y el fundamental aporte de Gabriel Peluffo, sobre el período figariano de la Escuela de Artes y Oficios; los acercamientos a los imaginarios prehispánicos en Figari, y el catálogo de la muestra “El ser primario, el hombre primordial” (Museo Figari); el catálogo de la muestra “La revista Martín Fierro”, en el Museo Nacional de Artes Visuales, de Argentina; el librillo de la colección para niños de Emma Sanguinetti y el estudio de Diego Moraes, Figari, el Masón.
[9] Catálogo de la exposición “Pedro Figari (1861-1938). Museo Blanes. Montevideo.1999.
[10] “La única hipótesis que me parece admisible, es la que, en Figari, se manifiesta una situación íntimamente contradictoria, a medida que profundiza su frecuentación con el arte como práctica y contemplación comprometida…”: op. cit. P.34. La reflexión viene a cuento de la autonomía del arte y del lugar con que éste ocuparía en una filosofía de corte positivista, como la de Figari.
[11] El jurado de su proyecto sabático, vio con malos ojos esta postura crítica de Vechtas, y así se lo hizo notar, demorando quince años, lo que pudo ser una temprana contribución a la historia crítica de Figari.